La Evangelización de Nuevo Méjico
La bilocación que le trasladó a Sor María desde su retiro de Agreda sobre el Atlántico hasta las Américas fue en su tiempo algo que causo el más grande estupor, no sólo en España sino en las mismas Indias, donde ha perdurado hasta nuestros días la fama de la dama azul del Oeste que evangelizara vasta zonas de Nuevo Méjico.
Estos fenómenos tuvieron lugar en los primeros años de su vida enclaustrada. Reducida a los estrechos límites de su casa paterna convertida en monasterio, su existencia se vio sometida a una fortísima presión espiritual que se manifestó en una extraordinaria abundancia de fenómenos místicos. Obligada por sus confesores a cortar las exterioridades, aquel ímpetu místico buscó un modo de expansión en las lejanas tierras de América donde los misioneros estaban llevando a cabo la dificilísima tarea de la primera evangelización.
Los obstáculos a la acción de los misioneros eran duros. Ante todo la hostilidad de las tribus indígenas, luego la dificultad de las lenguas autóctonas- diferentes y extrañas en su estructura-, las grandes distancias, etc. Es cuando se inician las inexplicables actuaciones de la legendaria dama azul que prepara a los indios a la recepción del bautismo.
De estos sucesos dejó ella misma una narración: “Paréceme que un día, después de haber recibido a nuestro Señor, me mostró Su Majestad todo el mundo, y conocí la variedad de cosas criadas; cuán admirable es el Señor en la universidad de la tierra; mostrábame con mucha claridad la multitud de criaturas y almas que había, y entre ellas cuan pocas que profesasen lo puro de la fe, y que entrasen por la puerta del bautismo a ser hijos de la santa Iglesia.
Dividíase el corazón de ver que la copiosa redención no cayese sino sobre tan pocos. Conocía cumplido lo del Evangelio, que son muchos los llamados y pocos los escogidos. A todos crió el Altísimo para que le conociesen, sirviesen y amasen, y son muy pocos los que profesan la fe conforme los muchos gentiles, idólatras, moros y herejes que hay. Entre tanta variedad de los que no profesaban y confesaban la fe, me declaró que la parte de criaturas que tenían mejor disposición para convertirse, y a que más su misericordia se inclinaba, eran los del Nuevo Méjico y otros reinos remotos de hacia aquella parte.
El manifestarme el Altísimo su voluntad en esto, fue mover mi ánimo con nuevos afectos de amor de Dios y del prójimo, y a clamar de lo íntimo de mi alma por aquellas almas. Otro día, después de haber recibido a nuestro Señor, me pareció que Su Majestad me mostraba más distintamente aquellos reinos indios; que quería se convirtiesen y me mandó pedir y trabajar por ellos; y las noticias que iba recibiendo, eran más claras y distintas, del modo y traza de la gente, de su disposición y necesidad de ministros que los encaminasen al conocimiento de Dios y de su fe santa.
Todo esto disponía más mi ánimo y afecto para trabajar y pedir. En esta ocasión se me mostraron aquellos reinos distintamente, las calidades y propiedades de aquella parte del mundo, las trazas de los hombres y mujeres, la diferencia de los de acá en muchas cosas, y otras circunstancias. Y a mí me parece que los amonestaba y rogaba que fuesen a buscar ministros del Evangelio que los catequizasen y bautizasen; y conocíalos también.
Del modo como esto fue no me parece lo puedo decir. Si fue ir o no real y verdaderamente con el cuerpo, no puedo yo asegurarlo; y no es mucho lo dude, pues San Pablo estaba a mejor luz, y confiesa de sí fue llevado al tercer cielo y que no sabe si fue en el cuerpo o fuera de él. Lo que yo puedo asegurar con toda verdad es, que el caso sucedió en hecho de verdad, y que sabiéndolo yo no tuvo nada del demonio, ni malos efectos.
No me detengo a contar aquí el paso porque está todo él en el informe; sólo diré las razones que hay para juzgar fue en cuerpo, y otras, que podía ser ángel. Para juzgar que iba realmente, era que yo veía los reinos distintos, y sabía sus nombres, y que se me ofrecían al entendimiento distintamente; que veía las ciudades y conocía la diferencia de la tierra, y que el temple y calidad era diferente, más cálido, las comidas más groseras, y que se alumbraban con luz, como de tea; que los amonestaba y declaraba todos los artículos de la fe, y los animaba y catequizaba y lo admitían ellos, y hacían como genuflexiones, aclamando por su bien y deprecaciones.
Y, aunque esto es así, yo siempre he dudado fuese en cuerpo, por ser tan extraordinario caso y no usado, y por esto en las declaraciones que he hecho, hablo en duda y recelándolo. Yo no traje nada de allá, y aunque fuera realmente y pudiera, lo excusara, porque la luz del Altísimo me puso término, y me enseñó que ni por pensamiento, palabra y obra, no me entendiese a apetecer; ni querer, ni tocar nada, sino es lo que la voluntad divina gustase.
Exteriormente, tampoco puedo percibir cómo iba, o si era llevada, porque como estaba con las suspensiones o éxtasis, no era posible; aunque alguna vez me parece que veía al mundo, en unas partes ser de noche y en otras de día, en unas serenidad y en otras llover, y el mar y su hermosura; pero todo pudo ser mostrándomelo el Señor; y cómo su luz e inteligencia es tan fecunda, presta y clara, pudo mostrármelo, y conocerlo todo claro.
En una ocasión me parece, di a aquellos indios unos rosarios; yo los tenía conmigo y se los repartí, y los rosarios no los vi más. El modo a que yo más me arrimo que más cierto me parece, fue aparecerse un ángel allí en mi figura, y predicarlos, y catequizarlos, y mostrarme acá a mí el Señor lo que pasaba para el efecto de la oración, porque el yerme a mí allá los indios fue cierto. También conocía las guerras que tenían, y que no peleaban con armas como las de acá, sino con instrumentos para tirar piedras, a la traza de hondas y con ballestas y cuchillos de fuste; y mientras duró la guerra me parece a mí que oraba y tenía las manos altas por ellos y que me lastimaba de su trabajo.
En otras ocasiones me parecía que les decía que se convirtiesen, y que pues se diferenciaban en la naturaleza de los animales, se diferenciasen en conocer a su Criador y entrar a la Iglesia santa por la puerta del bautismo. El juicio que yo puedo hacer de todo este caso es, que él fue en realidad de verdad; que serían quinientas veces, y aun más de quinientas, las que tuve conocimiento de aquellos reinos de una manera o de otra, y las que obraba y deseaba su conversión; que el cómo y el modo no es fácil de saberse; y que, según los indios dijeron de haberme visto, o fue ir yo a algún ángel en mi figura.
Esto del reino y las cosas exteriores duraron sólo tres años”. De estas bilocaciones se hizo un doble proceso de la Inquisición en los años 1631 y 1650.




